Hace muchos días que no escribo nada. Imagino que como todos estoy tratando de navegar en estas aguas movidas y turbias. Buscando el punto medio entre libertad y responsabilidad. Tratando de seguir con mi vida pero desde la humildad de reconocer todo lo que ha sucedido. No es un verano más. No debería serlo para nadie.
Me he planteado si soy yo la que está en crisis.
Muchas veces los artistas somos como antenas. Conectamos con realidades que no necesariamente son las nuestras. Incluso con realidades pasadas. Sé que suena algo extraño pero es así. Y yo soy así. A veces me siento como una gran antena donde convergen demasiadas señales. Esa forma de ser me permite poder imaginar y crear muchas cosas. Es como si viviera varias vidas en una. Pero a la vez me hace más sensible y como consecuencia de ello sufro más.
El mundo entero está en crisis y quién no lo vea es que no quiere verlo.
¿Cómo ser ajena a lo que está sufriendo la gente?
Y añado en el pack también a quiénes mueren por otras causas como el hambre, el sida, la malaria, o el cáncer. Es curioso que últimamente algunas personan se empeñan en dar ese dato para minimizar los estragos de la Covid. Comparan las cifras como si esto fuera una cuenta de resultados. Y como los números de fallecimiento por este coronavirus aún son inferiores justifican su teoría de que la pandemia no sea para tanto. Eso les calma.
Sin embargo yo me pregunto ¿cuál será el consuelo?, ¿acaso no teníamos suficiente con lo que teníamos? Este nuevo virus multiplica por cuatro la complicación de todos esos frentes anteriores.
Se han abandonado muchos proyectos de desarrollo en el tercer mundo por retirada de fondos. La gente que tiene hambre ahora pasa aún más hambre y los que tienen cáncer o cualquier otra enfermedad grave no se atreven a salir de sus casas porque podrían morir si se infectaran.
¿Cuál es el consuelo? El único consuelo era que volvieron los pájaros y esa unidad que apareció de golpe durante el confinamiento y se resquebrajó en pedazos durante la desescalada. Exactamente con el cese de los aplausos a los sanitarios. Y ahora parece que se trata de que cada uno salve su propio trasero. Bien, así nos va. Un pasito adelante, tres para atrás.
Y seguiremos así hasta que no entendamos que esto es un problema global y que estamos todos en el mismo barco. No sólo nuestro país, todos los países del mundo. No se trata de cerrar fronteras, se trata de tomar medidas conjuntas. La humanidad tiene que actuar como un gran árbol que teniendo distintas ramas y raíces absorve nutrientes del mismo suelo.
Menos mal que al final Europa ha estado a la altura y nos ha dado algo de dinero. Esa es una buena noticia. Ojalá esos fondos europeos se utilicen de la mejor forma posible y no sólo para salvar a las compañías aéreas. También hay otros sectores que lo necesitan. Por supuesto lo primero la gente más vulnerable. Y otros sectores como la hostelería y la cultura que constituyen millones de puestos de trabajo. Miles de familias que no viven del aire.
Tengo que reconocer que pensé que las cosas se harían con más cabeza. De la fase dos en adelante corrimos como cabritillas desatadas por el monte. Precisamente la contención, la gradualidad y las medidas de prevención eran fundamentales también para paliar los efectos económicos y las restricciones a las que ahora vuelven a someternos desde los distintos gobiernos autonómicos.
Es una pena que tras el esfuerzo acometido, tres meses de rotundo confinamiento, y por la irresponsabilidad de algunos, tengamos que seguir literalmente amordazados.
Ayer veía un vídeo de un joven que con un hilillo de voz pedía, quitándose el respirador como buenamente podía, responsabilidad y justicia.
Se me rompía el corazón al escucharlo, —soy un sentenciado a muerte porque para nosotros los pobres no hay tratamiento de plasma. Los médicos me han dicho que eso no es para nosotros. Y yo soy asmático crónico—. Dios mío. Ojalá saque fuerzas y remonte.
Esa es otra realidad terrible, la de muchas personas que no pueden ni permitirse ir al hospital. Como decía antes, la pobreza ha afilado aún más sus garras.
Y así, millones de personas están sufriendo las consecuencias de la pandemia. Abuelos, padres, hijos, hermanos. Y por todos ellos me parece injusto y me duele que la gente que se ha librado lo minimice. O que se monten películas que no hacen más que confundir a la gente.
Los hay que se pasan yendo de botellón en botellón. Y luego, quienes de forma más inocente caen en la falsa confianza de creer que a ellos y a sus allegados nada puede sucederles. Hay también quien siente una suerte de curiosa superioridad al estilo Bolsonaro o Boris Johnson. Recordemos que ambos terminaron probando su propia medicina.
Y por eso digo que estos días trato de vivir el presente pero sin bajar la guardia. Y me duele sentirme discriminada o tachada de miedosa por estar así. Un poco más sensible. Un mucho hacia adentro. Aún con algo de miedo. Y a aquellos que no lo comprenden les diría: Sabes, tal vez tú también tengas miedo. La diferencia es que seguramente no te atrevas a reconocerlo.