Decía Swami Sivananda que debemos cultivar el pensamiento porque no hay arma más poderosa sobre la tierra que el pensamiento de los hombres.
“Un pensamiento puro es más penetrante que el filo de una cuchilla de afeitar” escribió el que fuera creador de uno de los estilos de Yoga más conocidos, el estilo Rishikesh.
Estuve en Rishikesh hace muchos años. Llegué en un autobús de línea acompañada de una japonesa que había pasado un tiempo en la orden de Madre Teresa.
Ambas buscábamos algo de paz a la orilla del Ganges, en las faldas del Himalaya. Y yo ansiaba completar mi formación como Yoguini.
Las dos nos hicimos amigas justo antes de subir al autobús en Dehli. Además, tras lo de Nagpur, necesitaba encontrar gente normal que, como yo, sólo quisiera hacer algo de turismo y aprender yoga.
Aún recuerdo el nombre del Ashram en el que nos alojamos; Yoga Niketan. Un camastro y un baño. Desayuno, comida y cena en el suelo de una pequeña sala junto al resto de practicantes. Comida vegetariana siempre a base de Dal. Y eso sí, dos grandes salas una de meditación y la otra de Yoga.
A las 5 a.m practicábamos una hora de meditación en absoluto silencio. Luego hacíamos de hora y media a dos horas de ásanas, y Kriias (Pranayama y limpieza) y después desayunábamos.
Fui la profesora más joven de mi promoción. Con sólo 26 años me presenté a los exámenes y a las pruebas prácticas y obtuve la titulación de profesora del Yoga Center de Madrid. Y mi viaje a India era algo que me había autoimpuesto y que pretendía completar aquellos estudios que, a todo efecto, a mí me parecían insuficientes.
Era la primera vez en la vida que viajaba sola fuera de Europa y me daba cierto vértigo. Pero no podía ser profesora de Yoga sin conocer el auténtico orígen del mismo. Así que pedí el visado, me vacuné del tétanos, llené una bolsa con cuatro cosas y terminé aterrizando en Mumbai. Tenía tres meses por delante para entender de dónde y cómo se originó la filosofía Advaita Vedanta.
Los primeros días me paseé por Mumbai y traté de adaptarme a las aglomeraciones, la contaminación y a los cuervos.
Que estos fueran el pájaro autóctono me rompió todos los esquemas. Yo que como siempre tenía aquella visión romántica de la vida, más aún de la India, de pronto me topé con aquella sociedad de castas, materialista a más no poder y exenta de toda filosofía que no fuera la ley del más fuerte.
Había leído a Ramana Maharashi, Nisargadatta, Balsekar and company y memorizado los endiablados nombres de todos los mudras. Es como si un Indio se viene a España a aprender Latin y a estudiar las costumbres de los crístianos místicos.
Cogí un tren a Pune. Allí me alojé con una amiga justo al lado de la famosa “Bakery” que, por cierto, explotó por los aires hace unos años en un atentado. Hablamos de la Osho Comune. Ella también tenía interés por conocer qué hacían en aquel misterioso oásis que rendía culto a uno de los gurús más polémicos de la historia. De hecho compramos la ropa blanca obligatoria. Qué guapas estamos las morenas vestidas de blanco!
Sin embargo, la Osho Comune me pareció un lugar siniestro. Me hicieron una prueba del Sida para permitirme la entrada. Y a cada rato un tío diferente me hacía proposiciones deshonestas. Yo alucinaba. Aquello era peor que cualquier discoteca cutre de Barcelona. ¿Cómo debe estar la Comune ahora con todo lo del Covid? Imagino que la habrán cerrado.
En cualquier caso, aunque intuía que el proyecto no me iba a convencer le di una oportunidad. Siempre he sido una persona curiosa y me gusta asomarme a todos los precipicios. Como dice mi mejor amigo, tú siempre te asomas a todos los precipicios pero no saltas.
Aprendí que a los locos y a los fanáticos es mejor no perder un minuto en tratar de comprenderlos. Aquello no era lo mío. A los pocos días regalé la ropa y tomé otro autobús nocturno a Goa. Autobús nocturno con camas y sin límite de velocidad. Sólo los que han viajado por India pueden entender las barbaridades que hacen los conductores de coches y autobuses en un lugar donde a veces no hay ni señales de tráfico. Es mejor no pensar, ni mirar. Guardo una imágen de la oscuridad y las cortinas saliéndose por las ventanillas de aquel autobús.
Durante el trayecto conocí a un brasileño muy simpático. Menos mal que pude dejar de pensar en la carretera. Eran más de ocho horas de viaje. Milagrosamente llegamos a Goa al amanecer. Y por un momento me planteé si no estaría más segura acompañada de aquel chico. Era fuerte y parecía buena gente pero no buscaba pareja. De hecho, yo ya estaba comprometida.
Por el momento había tenido bastante suerte. Aunque nada de todo eso era lo que yo buscaba. Yo quería estudiar el orígen del Yoga y compartir mi práctica con gente que pudiera aportarme más conocimientos.
Me alojé en un precioso pueblecito de la costa de Goa, Arambol. Junto a una playa maravillosa donde podían verse vacas y caballos. Creo que había sido colonia portuguesa. Allí bajé la guardia, llevaba días sin tomar nada fresco y tomé fruta. Caí enferma ipso facto. Como si me hubiera envenenado.
Tuve que encerrarme en mi habitación porque no me sostenía en pie. Bueno, mi habitación, por decir algo. Indian Style, otro duro y estrecho camastro y un agujero con cubo de agua que era el baño. Los cuervos sobrevolaban la terraza. Aún no había logrado acostumbrarme a ellos. Los cuervos y los monos de la India suelen ser muy ladrones y se meten en los cuartos de la gente para robar cosas. Veía cómo robaban en los cuartos de mis vecinos mientras me retorcía de dolor en la cama.
Afortunadamente, unos italianos llamaron a un doctor de orígen pakistaní que vivía muy cerca. Aquel doctor de mirada bondadosa y profunda se arrodilló para cogerme el brazo y me tomó el pulso. Le pregunté que qué me hacía. Respondió que estudiaba mi Dosha. Yo estaba estirada en aquel camastro sin fuerza alguna. Al cabo de un rato me suministró unas hierbas. Después de la primera ingesta me quedé profundamente dormida. Descansé toda la noche y al despertar al día siguiente empecé a sentirme mejor. Realmente fue casi milagroso.
Aquel doctor y yo nos hicimos amigos. Le pregunté por el remedio que me había dado, y me habló del Ayurveda. El doctor estaba especializado en masaje ayurvédico. Era muy bueno. Así que le pedí que me enseñara más sobre el tema.
El Ayurveda fue lo primero que aprendí y que estaba relacionado con mi formación como yoguini. Uno de los vedas más conocidos en Occidente sobre medicina y nutrición de la filosofía advaita. La filosofía de la no dualidad que, resumiéndolo mucho, sostiene que somos Uno. Todo es una unidad aunque ilusoriamente creemos que somos partes separadas. Cuando, en realidad, todo es lo mismo.
Menos mal que él también estaba prometido porque llegados a un punto noté que aquella amistad podía llegar a transformarse. Pero no me van las infidelidades. Me despedí antes de que la cosa pudiera complicarse y seguí mi camino.
Visité Hampi, una ciudad monumental maravillosa que quedaba en el interior. Ya iba con idea de subir hacia el norte. El Sur era precioso pero yo no estaba allí para ver monumentos. Y no me crucé con ninguna escuela interesante. Debía seguir buscando y cruzar la India en tren hasta Dehli.
Recuerdo que mi padre estaba disgustado conmigo. Le preocupaba que yo andara por esos mundos desconocidos sola. Y razón no le faltaba. Menos mal que no le conté nada de lo que me pasaba.
Sólo hablaba con mi madre de vez en cuando. En aquel entonces no había móviles. Llamaba desde la cabina y escribía mails desde los locutorios pero a menudo había problemas de electricidad y aquellos ordenadores iban a pedales. Aún así logré escribir decenas de correos al que entonces era mi novio, Shuarma.
Shuarma estaba de gira con los Elefantes y quería viajar a India para compartir un tramo del viaje conmigo. A Shuarma siempre le pasaba lo mismo, creo que le sigue sucediendo. Es de los que quiere estar en todas partes por exceso de entusiasmo. Así que aquella gira la hizo con la cabeza puesta en la India.
Shuarma y yo estábamos muy enamorados, o eso creíamos. Guardo aquellos mails que reflejan la autenticidad de lo que sentíamos entonces. Creo que ese sentimiento me dio fuerzas durante el viaje porque entre lo malita que me puse y que era vegetariana perdí mucho peso. Por eso cuando por fin llegué a Rishikesh y vi tantos centros de yoga y meditación, vi a los monjes y a los renunciantes o Sanniasins, a los Sadhus fumando desnudos en postura de meditación, respiré profundo. Eso si olía a Yoga y describía perfectamente todo lo que yo había estudiado en mi formación. Probablemente todo lo vivido previamente era necesario para poder llegar a ese punto y estar presente al cien por cien.
Después de perderme en Nagpur todo me parecía maravilloso. Siempre estuve agradecida a la vida por permitirme continuar camino y escapar de aquel hombre malévolo que se propuso desviarme de mi rumbo. Afortunadamente el destino estaba de mi lado.
Así que llegué a Rishikesh junto a aquella japonesa que me contaba la dureza de lo que había vivido en Calcuta.
Yo nunca iría a Calcuta, le dije. No sé si me atrevería.